sábado, 18 de julio de 2009

ANGELARIAS

Los espejos I



Si cerraba la puerta como una mejilla pálida y desierta

no vendría la flor sobre el árido,

la luz sobre la hendija a sacudirme

bajo agua y revuelto, como nocturno sobre nocturno.

Las noches, en su abismo de mujer impenetrable.

Donde terminan las noches?

Cuando un espejo inmenso se descubre

el cuerpo en lo finito se dilata - entregas del habla y el escucha -.

Del batir de las hojas nacen la tormentas

arremolinando este otoño a colarnos el pasado,

bocanada estrépita y temblor, agite y espirales.

El principio desde lo genuino y fulguroso nos habita, queda.


Parpadeos


He despertado y el río en su socava se detuvo,

tajaba la tierra con el surco fecundo, intenso,

y ante la brisa se detuvo.

Conocedor de sus silencios olió el perfume

- un tranco del ser se despliega en los sentidos del que siente mientras es -

La brisa, antigua hembra entre arboledas,

seductora en su quietud desnuda,

diosa plañidera del páramo,

regresa a dar su aroma.

El río estupefacto y desconocido la contempla

poderoso en la estela del fugaz

el río se detuvo y amó descubriendo lo que conocía.

Hubo hombres y mujeres del mundo que al sentir eso parpadearon,

juntos y al mismo tiempo, solo una vez

y no lo comprendieron.


La quietud primera

Una fisura en el tiempo se abrió entre los días taciturnos

un tajo de cuchillo afilado cortando silencios,

entrando tempestades como relleno de muñeca,

de almohadón aterciopelado y antiguo en casa de tía solterona

oliendo a gato, a pelo rancio y sebáceo

almizcle brutal que llega a los poros.

Cuando el tiempo espirala y nace desde su centro, gira

se detiene en el clic, clac, clic, clac, relojes dan la hora

y el tiempo no va a ninguna parte.

El péndulo en lo máximo de su movimiento, al dar el clic, al dar el clac

se reconoce marcando el paso del mundo, del hombre que lo ha creado.

Lleno en la quietud de su hora maldita, infernal y basta

no va a ningún lado, desde su lugar inerte y estupefacto fisura el tiempo.

Yo, miro esa hendija y me relamo, soy el gato su lengua sobre la herida.

La quietud es un silencio hondo y perezoso desplegando luces.

El socavón, se está iluminando.

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